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2018/02/13

'ESTA ARQUITECTURA DE GRANDES ESTUDIOS ASUSTA' - RAFAEL MONEO

Publicat a La Vanguardia

El maestro de arquitectos y primer ganador español del Pritzker, Rafael Moneo, presentó ayer en  Madrid, de la mano del subdirector de La Vanguardia su libro La vida de los edificios: una inmersión en la historia de la arquitectura a través de la investigación y el análisis de tres obras tan diferentes e interesantes como la mezquita de Córdoba, la lonja de Sevilla y el carmen de Rodríguez-Acosta en Granada.


En el primero de los tres artículos que forman su libro, la Mezquita aparece como ejemplo de edificio que trasciende a su creador pero sin perder su identidad original. ¿Debe ser siempre así?

Algo así ocurre efectivamente en toda obra arquitectónica: es difícil que un edificio no sufra cambios, precisamente para sobrevivir. Porque, si no los acepta, se convierte en un documento falto de vida. La mezquita es un hermoso ejemplo de cómo unas pautas arquitectónicas muy claras permiten el crecimiento de un edificio sin desvirtuarlo. En este caso, los constructores que intervinieron a posteriori entendieron muy bien cómo se podía actuar; demostraron inteligencia y generosidad.

Usted describe la lonja de Sevilla, de Juan de Herrera, como obra conceptual que relaciona la geometría con una visión cosmológica del autor. ¿Los edificios siguen expresando ideas ambiciosas o eso se va perdiendo?

Ya no se hace de modo tan claro como lo hacía Juan de Herrera. En la lonja, él consiguió expresar y materializar su idea de cómo estaba constituido el universo, el cual iba más allá de los seres vivos. Hay que recordar que en aquel tiempo (siglo XVI) se vivían los albores del pensamiento científico. Y aquella generación, con su afán de llegar al fondo de las cosas, creía rozar con la punta de los dedos los fundamentos de lo creado. Y ahí los números y la geometría pesaban mucho.
Sobre el carmen del pintor José María Rodríguez-Acosta, sus análisis y conjeturas de la autoría a partir de los elementos constructivas parecen detectivescos. ¿Los edificios identifican claramente a sus arquitectos?

En este carmen se ve la biografía del autor; su tiempo, sus afanes estéticos y su visión de la historia. Con medios a su alcance, él fue capaz de recrear junto a la Alhambra los elementos grecorromanos que veía en la cultura en ese momento. Pero quiero subrayar lo diferentes que son los edificios analizados en el libro. La mezquita muestra cómo la arquitectura puede expresar un modo de ver el mundo sin exhibición de la autoría. Y aunque curiosamente, eso es también lo que pretendía Herrera, él no lo hizo ni pudo hacerlo porque su edificio es extraordinariamente personal y sólo bajo esa clave puede explicarse. Pero él no quería caer en un individualismo salvaje, pues creía que lo que hacía quedaba por encima de él, pero de hecho la lonja es una obra muy suya. No como el carmen, que es muy culturalista.
La arquitectura hoy sí parece completamente de autor. ¿No sucumben algunos arquitectos a la tentación del protagonismo?

Claro que sucumbimos. Hoy es difícil no pensar en la arquitectura en términos estrictamente personales. Porque nuestra cultura parece que reclama al arquitecto esa expresión personal. El nuestro ha dejado de ser un lenguaje o un modo de saber compartido para refugiarse en lo que hacen los individuos. Por eso las grandes firmas están tan sustentadas por arquitectos concretos que así explotan esa demanda de sello personal.

¿Entonces hay un abuso de la firma y, como denuncia una parte de la profesión, de la arquitectura de impacto?

Seguramente. Por un lado, la arquitectura no juega hoy el papel que jugó en el pasado en tanto que expresión de la cultura y la sociedad de cada momento. Es decir, la sociedad hace menos uso de la arquitectura para representarse y mirarse al espejo; aunque parezca paradójico, está hoy menos asociada al poder. En cuanto al impacto, sí que se ha abusado. Tal vez ahora ya se esté intentando pensar en una arquitectura menos ligada a lo espectacular, pero todavía sigue muy vigente. En todo caso, tendríamos que esforzarnos más en lo habitacional. Ahora, es Lejano Oriente donde más se exploran nuevas formas delo que puede ser vivienda colectiva masiva.

Pero es que aquí hemos explotado la construcción a tope, y, al estallar la burbuja, muchos jóvenes arquitectos han emigrado. ¿No es esa fuga una gran pérdida?

Hace 40 años, trabajar fuera halagaba la vanidad de los arquitectos. Hoy día, nuestros profesionales salen fuera en unas condiciones no siempre favorables. Pero la buena formación que han tenido les ha abierto puertas, y esa experiencia no es mala, sino enriquecedora. Son generaciones que se ha encontrado con una situación mucho más dura que las anteriores. Pero antes de morir Franco padecíamos un gran complejo de inferioridad, mientras que las nuevas generaciones de ya no se presentan fuera con vergüenza; no sufren eso sino otro tipo de limitaciones: sobre todo la de vivir en un país que no les ofrece un campo de trabajo suficiente.
Pero, con complejo o no, en los años sesenta y setenta los arquitectos eran unos príncipes. Y ahora...

La crisis ha cambiado la percepción de la profesión. El acceso a trabajos atractivos es más difícil. La profesión es menos unívoca; hay que ser arquitecto de distintas maneras y en diversas modalidades. Hay que saber elegir e incluso inventar el propio camino para conjugar las ambiciones intelectuales con lo que exige el mercado. Las reglas del juego han cambiado, y pasan por trabajar en esas instituciones que son los grandes estudios. Los más grandes tienen más de quinientas personas. A mí me asusta esta enorme institucionalización a través de los grandes estudios.

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